lunes, 15 de noviembre de 2010

Scarlett



Llovía en la Ciudad de los Prodigios. El Viejuno, desde el anonimato del interior del autobús urbano, observaba sin rubor la vida en las calles. Era ya de noche, las sombras luchaban con las anaranjadas luces de las farolas, dando un tinte irreal a los actos de las personas. En una de las paradas, la marquesina publicitaria iluminaba lateralmente con una luz blanquiazulada a una pareja de ancianos, dándose calor abrazados. Desde el anuncio, Scarlett Johansson destilaba toda su seducción para Mango. El anciano fué víctima de ese embrujo a lo Kim Novak, quedando presa su mirada de esa magia de otros tiempos. Ella, la mujer, mayor pero no muerta, lo miró con desdén, despechada. Él cayó en la cuenta, la miró a los ojos y la besó con pasión adolescente, dejándose ella llevar, dejándose hacer. El Viejuno sonrió desde su privilegiado observatorio, testigo del arrepentimiento, y el autobús, envuelto en gases, siguió su camino hacia la otra punta de la ciudad.